jueves, octubre 16, 2008

El drakar


Sin lugar a dudas, lo más siniestro eran los largos maderos desde las volutas de proa y popa hacia abajo, curvándose y adaptándose a las anchas cuadernas en los extremos inferiores, y a las esbeltas esloras más atrás, desapareciendo en el mar casi completamente, como la hoja de un cuchillo hendiendo el agua sin dañarla, por fina, por afilada. No le hubieran hecho falta hombres fieros a bordo, normandos sedientos de sangre, conquistas y oro. Aún sin ellos, habría podido, con su terrorífica estampa, conquistar el mundo. Fueron muchos los años en que surcó los mares fríos, intrépido, sin temer por su aparente fragilidad, confiando en los vientos y en su firme estructura. Sembró el pánico tan solo con su silueta. Más tarde vendrían otros mucho más cobardes, necesitados de cañones y pesadas artillerías submarinas y antiaéreas, conducidos y gobernados por hombres de carrera, de libros, cuyo valor podría medirse únicamente por el calibre de los misiles que portaban. Pero ahora era el momento del drakar, que se deslizaba, majestuoso, por los océanos, como un augurio de muerte.

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