domingo, septiembre 11, 2005

Piscinas


Me decía un amigo que nada le parece más anacrónico que una piscina en otoño. Cuando regresamos a las mangas, a los pantalones largos y a los calcetines, pasar junto a una piscina es casi ofensivo. Y es que hay pocos símbolos del verano tan a propósito como una piscina. Abandonar la idea del calor tórrido, del sol en nuestra cara, acostumbrarnos despacio a la bruma, y encontrar de pronto una piscina en nuestro camino, es lo más parecido a un insulto. En efecto, las piscinas fuera de temporada ofrecen una triste imagen. Es mejor, mucho mejor, ignorarlas, volver los ojos hacia la bruma e imaginar cuentos de duendes, de misterios, de barcos fantasmas. Y que esos otros fantasmas, los del verano, no nos impidan ver los castaños cargados de frutos, las hojas rojas y amarillas en los bosques, las setas que empiezan a asomar su sombrero y nos recuerdan que ya es tiempo de volver a comer caliente. Disfrutemos del sabor de nuestro tazón de caldo humeante, de nuestro edredón y de nuestras zapatillas, mientras regresa el tiempo de zambullirnos de nuevo en la piscina.

De besos


"Por una mirada, un mundo", nos decía Gustavo. "Por una sonrisa, un cielo. Por un beso...yo no sé qué te diera por un beso", continuaba diciéndonos. Y añadían los Café Quijano que mereció la pena tanto lustro de aprender a decir, con un simple beso. Parece que pocas cosas transmiten tanto. No será el contacto en sí, prosaico donde los haya. Dios sabe que es mejor no pararse a analizar lo que es un beso puro y duro. Y sin embargo, nada, absolutamente nada, resulta tan excitante, tan prometedor, tan apasionado o, en su caso, tan dulce como un primer beso. Y con nada se nos pone esa cara de bobos como con el recuerdo de aquel beso que nos cautivó. O con el anhelo de ese que tanto deseamos. Porque, como dice el adaggio, un suspiro es un beso que se piensa y no se da. Besémonos mucho, pues; que nadie pueda decir que la vida se nos ha ido en suspiros...