viernes, febrero 10, 2006

La ciudad

Los zapatos se mueven, pero no suenan. Avanzan como fantasmas, produciendo la rara sensación de no emitir sonido alguno. La contaminación acústica es demasiado potente, y me deslizo por las aceras pensando que vuelo, como un fantasma. Una mujer me mira sin verme. El tráfico incesante, como un río ahora fluído, ahora de aguas quietas, pasa junto a mí. Gritos, sonido de claxon. Me aturde. Las personas caminan deprisa. No saben dónde van; muchas de ellas vuelven a casa. Pero corren de todos modos. La prisa se contagia. Un muchacho moreno, de cabello sucio, limpia cristales en un semáforo. Dos niños de uniforme se apresuran hacia la parada del autobús. La ciudad me abortó. Me expulsó de sus entrañas. No tenía sitio para mí, porque yo me detenía, miraba, contemplaba. Yo no caminaba siempre aprisa. Me detenía a mirar las arcadas góticas del barrio antiguo, los edificios modernistas del centro. Y me echó de su interior. Volver a ella es sentirse un extraño. La sensación de no pertenecerle, de no poder estar ya en su seno. Mis zapatos no suenan. La ciudad me abortó. Un bebé me sonríe desde su cochecito de paseo. Me detengo, le miro. Me pregunto si también huirá. Me voy, me escapo. La ciudad me expulsa de nuevo. Pero, si levanto la vista, el cielo sigue ahí.