lunes, septiembre 09, 2013

Alejarse


















Miró hacia la colina y sólo pudo ver su espalda enorme alejarse sobre sus pasos desmañados. Aquello no podía estar pasando; habían caminado, comido, dormido, reído. Habían visto de cerca la vida y la muerte, habían soñado. Habían caminado de la mano por montes, senderos, valles. Siempre con los ojos del otro clavados en la nuca; siempre sabiendo que estaban ahí, esperando a reflejarse los unos en los otros. Habían llorado, cantado y bailado; habían plantado cara a la guadaña una y otra vez, y lo habían hecho por amor. Con el corazón lleno, sin pensar en nada más, dándo cuanto tenían en cada sonrisa, en cada verso. Y ahora se iba. Así, sin más. Quién sabe si con una lágrima cayendo de sus ojos. Dándole la espalda y caminando sin parar, dejando atrás el valle en que ella había crecido, sabiendo su mirada clavada, una vez más, en sus anchos hombros, en el infinito vacío que él dejaba, que iba creciendo y creciendo a cada paso que los separaba. "Volveremos a vernos", le dijo. Y qué. No quiero que volvamos a vernos. No quiero quedarme sentada esperando, sabiendo que nada ni nadie podrá correr conmigo tanto camino, que no hay cristiano capaz de hacer por mí lo que tú has hecho. ¿Crees que podré conformarme con menos, cretino? Y tú, ¿podrás? ¿Serás capaz de mirar de frente a una que lloraría y se vendría abajo ante el menor contratiempo? No, no podrás. Volveremos a vernos. Y qué. Te quiero aquí, conmigo. A mi lado, no importa donde. Contra el mundo, contra todo y contra todos. Te quiero aquí.

miércoles, agosto 07, 2013

Puzzle me



No es como si existiera un lado oscuro y otro de luz, ni como si todo hubiera de ser blanco o negro. Hay dos mundos, o quizás muchos más. La cuerda floja existe, pero nunca me gustó y siempre me sentí como si mis pies precisaran un suelo firme que pisar, como si fuera totalmente necesario ser de uno u otro lado (creyente o ateo, blanco o piel roja, de Sega o de Nintendo). Me pasaste a ese lado oscuro sin pedirme permiso y ahora vago como un alma en pena entre esas dos realidades; la de amaneceres con sonrisas y caricias y la de noches en vela; la de la piel y los nervios y la del temple y la imaginación; la de la sangre caliente y la del caminar cordial al atardecer. A mi pesar, en contra de mi corazón, he descubierto ese nuevo espacio y por él camino, como un funámbulo que pasa sobre una cuerda de acero en suspensión sobre la bahía de Brooklin, con un público enmudecido y estupefacto apostando que no podrá, que caerá. Pero mi alma tiene la firme, la absoluta certeza de que no, de que podré, de que no caeré, de que caminaré por ese cable indefinidamente, aunque dé varias veces la vuelta al mundo, a través de los eones, odiando no estar en uno u otro lado, odiando no poder abandonarme y tener que mantenerme alerta, con las aletas de la nariz estiradas; odiando que siempre vaya a ser asi, por los siglos de los siglos.

jueves, febrero 14, 2013

El cuarto oscuro

 
 
       La habitación umbría y seca había estado siempre ahí, a través del tiempo, del espacio, sola y feliz. En su soledad, era capaz de imaginar el mundo afuera tal y como le placiese, con las formas y las dimensiones perfectas, con las sensaciones, los sabores y los tonos exactos. Ficticios, programados, se ajustaban a su ideal, y podía continuar ahí, día tras día, silente y reposada, con los ojos cerrados. Los muebles siempre en el mismo lugar, sin apenas acumular polvo. Las muñecas, los libros, con la vida por dentro y una tranquila expresión mostrada en su aspecto indeleble, intemporal.
 
       Y un día sucedió.
 
       Una pequeña piedra arrojada, seguramente, por la mano de un chiquillo travieso, rompio un cristal negro de la ventana. Y por aquel marco cuadrado, pequeño y bien barnizado, entró un ángel. Era como un rayo de luz blanca, pura y limpia. Si se miraba su interior, podían verse millares de pequeñas motas de polvo que saltaban y bailaban sin parar y, escuchando con atención, se las podía oir riendo, cantando. El cuarto, confuso y sorprendido, se asustó primero, pero luego no pudo hacer más que echarse a reir y abandonarse. Y el ángel lo inundó con su luz transparente, tocando todos y cada uno de los rincones, los muebles, las muñecas, los libros. Toda la estancia se llenó de colores, que ya no eran los que aquel haz luminoso reflejaba al ser atravesado por el sol, sino los propios colores de la habitación , recién descubiertos, revelados en todo su esplendor. Y el ángel se entretuvo en hacerlos brillar y resplandecer uno por uno, para que el cuarto supiera que los tenía y que podía presumir de ellos. Y ya nunca volvió a ser un cuarto oscuro.