lunes, julio 18, 2011

Luna

       Antes de la aparición del "flautista mágico" que Julio César ideó para convencer a sus tropas de que cruzasen junto a él el Rubicón, poniéndose  muy a malas con Pompeyo y el Senado, Julio había pasado la noche mirándome a los ojos. Me preguntaba, preguntándoselo a sí mismo, si debía o no cruzar el río. Y yo, devolviéndole la mirada, no le dije nada, porque sé bien que los hombres que miran largo tiempo mi rostro buscan, en realidad, una respuesta que llegue desde dentro de su corazón. Por alguna razón, mi cara les permite ver esa respuesta. Lo mismo pasó siglos antes con Alejandro, poco antes de que le cogiesen las fiebres, cuando empezó a darse cuenta, tarde ya, de que sus generales eran demasiado ambiciosos. Han buscado mis ojos poetas, artistas de todas las especialidades, enamorados, muchachas. Y a todos ellos les he mirado yo, desde mi situación privilegiada, esperando con paciencia de madre que la luz blanca y redonda les devolviera el reflejo que se hallaba en su alma y que sólo podían ver en mí como en un espejo. Y ahí voy a estar siempre, noche tras noche, porque ese es el único objeto posible, la única vida.