domingo, marzo 12, 2006

Cincuentonas


"Hay que ver lo bien que se conserva Madonna, eh". Sentado junto a mí en el bar donde solíamos hacer el vermouth los domingos, con su refresco en una mano y un palillo pinchando una aceituna en la otra, miraba embobado el televisor, mientras la sex-bomb desarrollaba sincronizadamente su última coreografía. "Sí, claro...", dije con una sonrisa de soslayo. "Es natural, cuando una no tiene más que hacer en todo el día que cuidarse y hacer deporte". Tan pronto hice esa pueril afirmación, me sentí mal conmigo misma. Se suponía que no debería yo sentir esa punzadilla a estas alturas, pero comprobé con dolor que aún me dolía que mi compañero admirase a otras mujeres. Abrí la boca para rectificar, pero la cerré al punto al escucharle decir "qué piernas..." "Ya ves, parece el Conan el Bárbaro ese". De nuevo me sentí mal, esta vez por dos flancos; por ser tan celosa e insegura; por el hecho de que él tuviera los ojos clavados en la pantalla. "Esa está operada", dije con una sonrisa triunfal. "Madonna operada...? Nooo...no lo creo". En ese momento, tuve una epifanía. Imaginé el busto de un encorbatado presentador de noticiero, diciendo: Interrumpimos la transmisión para informarles que Madonna acaba de sufrir una combustión humana espontanea... Dios mío. Qué mal estoy. Es guapa, me dije. Y talentuda. Guapa y talentuda. Puta, puta, puta...No, guapa. Es guapa... Entonces, vi que me miraba. "Te pasa algo, cielo? Estás pálida..." "No, no... nos vamos?". Y me levanté de la silla, preguntándome si Madonna tenía el mismo tipo de problemas, de complejos, de inseguridades. Y me dirigí a casa del brazo de mi compañero, pensando que nunca acaba una de madurar ni de conocerse.