miércoles, julio 16, 2008

Vas a Ventura




Siempre me lo decía, "vas a Ventura", mi hermana Marina, cada vez que, sin querer, rompía algo, por puro despiste. Era muy despistado, y siempre se me caía todo, se me rompía todo. Y Marina, para hacerme rabiar, se lo decía a Ventura. Pero Ventura era un bendito, un alma de Dios, y nunca me reñía. Bastante tenía ya, el pobre, con dieciocho años, cuidando de nosotros, con siete. Pero lo hacía bien. No faltaba nada en la mesa, ni un detalle, aunque la tortilla muchas veces se le pegaba, y la carne solía estar muy seca, y la verdura algo cruda. Pero Marina y yo no decíamos nada. Tampoco podíamos comparar. Yo, al menos, ya ni me acordaba de cómo había cocinado mi madre, ni de lo bien o mal que mi padre solía poner la mesa. Ventura sí se acordaba, se notaba, y por eso se quedaba a veces con la mirada muerta, detrás de las gafas, y sus ojos grises se veían entonces opacos. Pero entonces nos miraba, serio , y poco a poco una sonrisa triste se le iba dibujando en los labios hasta hacerse franca, abierta, y entonces nos decía: "Venga, a comer".