martes, septiembre 25, 2007

Todo y nada


Mi compadre Lorenzo me envió días atrás una misiva corta y seca, como todo lo que él enviaba, pidiéndome que me acercase a su casa, que tenía un asunto sin importáncia que quería comentar conmigo. Cuando mi compadre hablaba de asuntos sin importáncia, se refería siempre a preocupaciones filosóficas sobre la vida y la muerte; cosas, en definitiva, que no tenían nada que ver con lo material de este mundo. Yo tenía que ir a solucionar algunos papeleos cerca de su finca en los próximos días. Por eso, y porque son más las cosas que nos unen que las que nos separan, me acerqué, después de arreglar aquellos asuntos míos, al pequeño porche de delante de su casa, donde, sabía, le hallaría sentado en el banco de la puerta, contemplando el bosque de enfrente. Me acerqué en silencio, y me senté a su lado. Sólo entonces, cuando supo que estaba ahí, mirando también el bosque, me dijo: "La nada ha invadido mi alma, viejo". Le miré sin atreverme a decir algo que le pudiera hacer sentir mal, pero no se me ocurría nada coherente. Así que esperé. "Pero no la nada, como quien dice, el vacío, no. La Nada de Nada". "¿Algo así como un agujero?", pregunté, sin atreverme a mirarle esta vez. "No, viejo. Un agujero es algo. Yo te digo que es la Nada. No sé explicarte; una Nada que, cuando la miras, es como si te hubieras quedado ciego". "Caramba, compadre. Y, ¿sabes a qué se debe esa necrosis espiritual?"- Ahora fue él quien me miró un instante, antes de volver de nuevo la vista al bosque. Unos segundos de silencio, y otra vez su voz cansada- "Es la vida, viejo. Se va. Y la amo, sabes. Pero se va. Y no hago nada por evitarlo, me abandono a su lento adiós. Como un torero, que ama al toro, pero lo mata, así hago yo con mi vida, que se va, y no hago por retenerla, y por eso se va más deprisa". "Compadre, el torero ama al toro, pero lo mata únicamente porque está dispuesto a dejarse matar por él. Así has hecho tú con tu vida; te la has bebido sin reservas, has amado, odiado, gozado y llorado, y te has sumerjido en ella, y ella al final acaba con nosotros, porque nosotros también la consumimos, y así es como tiene que ser". Mi compadre me miró serio. Después empezó a dibujar una sonrisa, que culminó en carcajada. "Viejo- me dijo-, dudo que nadie más tuviera conmigo la paciéncia que tú tienes. Anda, vamos a beber unos vasos de buen vino tinto, que la merlota de este año ha salido de primera". Y, sin más, entramos en la casa para brindar por estar todavía vivos.

martes, septiembre 18, 2007

Los largos sollozos de los violines de otoño hieren mi corazón con monótona languidez


A mí, el Grillo Loco de un parque de atracciones no me parecía el lugar más idóneo para citarme con un espía con objeto de compartir información. Pero las órdenes habían sido claras: "Ponte a su disposición", había dicho el baranda. "Nos interesa mucho esa información". Y ahí estaba yo, heroe de la resistencia francesa, sentado en el coche número catorce de aquella locura de atracción de feria. Dos viajes llevaba, con el consiguiente efecto en mi estómago, cuando se acercó al coche un tipo con gabardina y sombrero, se me quedó mirando con los ojos entornados, asintió con la cabeza, y se subió a mi lado. Así, disimulando. Cuando sonó la sirena y el aparato infernal se puso en marcha, sosteniéndose el sombrero y sin mirarme a la cara, me alargó un papel que yo guardé en mi bolsillo. Esperé a que me dijese algo, un mensaje en clave, una señal; nada. Con la mano en su sombrero y la otra agarrando la barra de seguridad, subía y bajaba conmigo en aquella vorágine de ruido y movimiento enloquecido. Entonces vi con espanto que, muy despacio, comenzaba a alzar las manos. ¿Nos habrían descubierto? ¿Estaría un agente enemigo apuntándonos desde otro coche? Mi compañero espía continuaba alzando los brazos despacio. Y, cuando los tuvo arriba del todo, se le pintó una sonrisa en la cara, mientras los otros brazos, los del Grillo Loco, cobraban mayor brío. Vi entonces que todos los usuarios del aparato estaban, al igual que mi compañero de coche, con los brazos alzados. En ese momento fui completamente consciente de lo absurdo de toda aquella situación. Como pude, saqué el papel de mi bolsillo, y sólo pude leer: "Cretino el que lo lea".

lunes, septiembre 17, 2007


Mucho tiempo sin vernos. Ninguna justificación; mil cosas pequeñas o enormes, pero da igual. Aquí estamos de nuevo, y aquí seguiremos, al menos de momento. De regalo de bienvenida, o de feliz regreso, un loto negro.