lunes, mayo 12, 2008

Kyrie, eléison


Con el alma pendiente del único hilo que la vinculaba ya al cuerpo encogido y medroso, tratando de seguir ahí para no caer en el vacío, mi vida pasaba, en imágenes sueltas, ante mis ojos. Apenas recuerdos, tan solo sensaciones; sabores, olores, impresiones. El miedo y la angustia apoderados de mi ser, habían dejado ya sin fuerzas a mis huesos y mis músculos, y mis tendones, y todos mis miembros. Lo único que quedaba ya era abandonar la lucha, y dejar que todo fluyera suavemente. "Christe, eléison", le hablé de nuevo, como antes. "Sé que no estás, que no me escuchas. Pero ven. Sé que no tiene sentido, que es imposible. Pero te necesito. Necesito que tú lleves mi carga. No puedo sola. Kyrie, ayúdame". Fui deshojando la letanía. Ora pro novis. Las palabras ancestrales pesan, sólo por haber sido repetidas millones de veces durante millones de años, tal vez. Reconfortan. Y el alma sintió aquel bálsamo restaurador. "No estás sola". Lo estoy, pero no importa. Confío en ti.

viernes, mayo 09, 2008

La hoguera


Era como si todos viviéramos en casa de todos. Las puertas abiertas, y tanto daba merendar en casa de la señora María que pasar la tarde en casa de Antoñita. Los descansillos eran como un infinito laberinto por el que nos perdíamos todos los chiquillos de la escalera, jugando al escondite o a la peonza, o a los cromos de picar, con las manos llenas de purpurina. Recuerdo las risas. Todos reíamos siempre, menos las madres, que siempre se quejaban de lo caro que estaba todo, de lo dificil que era vivir, pero pagaban puntualmente el alquiler, y nunca faltaba buena comida en la mesa. Nadie se preocupaba demasiado de ser el mejor, ni de demostrar nada. Nadie soñaba siquiera con comprar una casa, ni con tener un coche. Se podía ir en tren. Lo único importante era salir pronto del trabajo para poder observar la colección de mariposas disecadas, o el partido, que hoy juega el Getafe. Lo que importaba era estar todos a la mesa. Y blablabla, y que si esto, que si aquello. Y en San Juan, hacer la hoguera más grande del barrio. Organizar una verbena en el terrado, con la señora María, y Antoñita, y todos los chiquillos. Y el señor Pepe, el marido de Soledad, la gorda, cuyas piernas se juntaban desde las rodillas, compraba al menos dos duros de petardos, y los atábamos todos juntos, y los encendíamos, y nos tapábamos los oídos. Y la hoguera subía y subía, y casi se podía tocar desde arriba.
Decía el poeta que cualquiera tiempo pasado fue, a nuestro parecer, mejor. No sé si es sólo nostalgia, pero creo que no. Creo que ahora estar juntos a la mesa y reir es lo que menos importa. Y nadie entra sin llamar a casa del vecino. Ni llamando, de hecho, porque nadie conoce a su vecino. Y todo es trabajar y pagar, y da igual si juega el Getafe. Y los niños se crían solos ante la tele, o conectados a internet. Y ya nadie hace hogueras, porque el Ayuntamiento las ha prohibido.