viernes, diciembre 02, 2005

Perdonen que no me levante


A veces se pregunta uno por qué escribe, en lugar de telegrafiar sus puyas. No obstante, la escritura es algo del interés de todos. Fíjense si no en la importancia de los contratos por escrito. Uno los firma, y se acabó el problema. Se lee aquello de "la parte contratante de la primera parte será igual a la parte contratante de la primera parte", si no interesa se corta, se firma, y a otra cosa, mariposa. Sin embargo, imaginen el peligro de los contratos de palabra. Una vez hice uno con mi amigo Piccolini en Casablanca. Él tenía la más importante compañía allí existente de camello-taxis. El hombre gastaba una fortuna en chicle. Pues bien; me la jugó. Y es que la gente no tiene palabra. Ni siquiera los políticos. Sí, no se asombren; a pesar de lo que ustedes siempre han creído, los políticos no tienen palabra. Y sé lo que digo. He conocido muchísimos. Figúrense que yo bailé delante de Napoleón. Mejor dicho, fue Napoleón quien bailó delante de mí. Concretamente doscientos años por delante de mí. Y eso que era Napoleón segundo, el mejor. Porque es absolutamente falso eso que dice la gente de que nunca segundas partes fueron buenas; el otro día vi un partido de fútbol, y la segunda parte fue infinitamente mejor que la primera. Pero eso da igual, porque en el fondo, todo esto es una soberana tontería. A quién le interesan las cosas serias? A mí, desde luego, no. Pero seguramente a ustedes no les interesará saber lo que a mí me interesa o deja de interesarme. Así que no sé por qué me están ustedes leyendo. Hala, vayan con viento fresco a mirar la televisión, que ya conocen el camino hasta la puerta. Y perdonen que no me levante.