viernes, noviembre 20, 2009

Ande, ande, ande


Y un día, al salir a la calle, vi el reventón de bombillas de colores, y me di cuenta de que sólo se oían villancicos y eso. Las mujeres, en los días clave, aparecían repeinadas y con zapatos de tacón que no sabían llevar, porque van siempre con deportivas, y apestaban a una colonia demasiado exuberante que no suelen ponerse, y los hombres tenían una mirada entre soñadora y de asco. Por eso me fui de allí a una ciudad que no conocía, para estar fuera de todo aquello, para sentir, por una vez, el anonimato entre la multitud, la exclusividad de saber que, en un día como aquellos, nadie te espera. Y salí a la avenida más ancha, de esas avenidas que tienen las ciudades que se creen importantes sin serlo, y vagué entre los otros, en la misma dirección, sin mirar las luces ni el árbol de Navidad, sino tan solo sus caras. Vi una chica enamorada que miraba con devoción a un muchacho despistado que le tomaba la mano como si fuera un pescado. Vi un anciano con pajarita y gorra caminar deprisa con una caja atada con un lazo. Vi también un matrimonio de mediana edad vestidos con ropa cara, caminando aburridos, sin dirigirse la palabra. Y vi niños, muchos niños, que reían, que corrían, que cantaban. Cuando hube visto suficiente me sentí igual que antes, y volví a casa.

jueves, octubre 29, 2009

La memoria de los nuestros

Es la Muerte quien nos arrebata lo que conocemos, lo que nos ata a una realidad amable y gentil. Fotografías que congelan gestos, sonrisas (café...), que convierten en intemporal una imagen que, en el momento de apretar el disparador, ya pertenece al pasado. La máquina eternizó ese instante, pero ahora, justo después, esa misma persona ya se mueve, ya habla con otros, ya no podría, aunque quisiera, repetir con exactitud ese gesto. Eso es, claro que sí, lo que hay de siniestro en una fotografía. Que reveló sin más una realidad que se quedó obsoleta en el acto. Que ya no va a volver a existir. Y nos mira desde el álbum con una mirada vacía, lejana, y siempre nos preguntamos qué estaba pensando en ese momento, qué pensó justo después. Y no nos podemos contestar. Porque esa parte siniestra de las fotos nos dice que, aunque se haya tomado el cliché recientemente, ya hay algo diabólico en él, algo que va a sobrevivir para siempre a la persona, y que nos va a seguir mirando, desafiante, con ese pobre triunfo de los pequeños, cuando ese ser querido ya no esté.

lunes, agosto 31, 2009

Cielo francés


Todo se ve diferente cuando uno se va de vacaciones. Tu calle, tu casa, hasta tu perro, parecen tener otra cara. Es como si te dijeran que saben que te vas, que es inminente, y tú te sientes igual que un niño el último día de escuela. Es curioso cómo ( y por qué) todo cambia de forma. Dicen que hay cielos sorprendentes, cielos turquesa, cielos carmesí, cielos color calabaza al atardecer. Pero lo mejor es la posibilidad de ver otros cielos. Tránsito. Irse. Eso es lo esencial.

martes, agosto 04, 2009

lunes, agosto 03, 2009

Arcania



Nos despedimos como los hombres, con un abrazo firme, apretando los labios y ocultando la cara para que no se viese la lágrima espesa, gruesa y pesada. Un golpe fuerte en el hombro, una mirada lo menos reveladora posible. Y cerré la puerta, mirando hacia dentro por última vez. La sala desnuda, las pinturas que me miraban sin comprender. Supe entonces que quien viniese después se iba a encontrar en cualquier rincón con el filo del sable de Kasumi, o con Blacksad sentado, fumando en un rincón, mirándole fijamente. Que iba ver, al entrar al baño, alguna chica de Manara haciendo un strep-tease, o al Capitán Trueno matando turcos. Que un día no podría más y saldría corriendo despavorido, y, cuando nadie le creyese, ahí estaría Conan para demostrar de nuevo que sólo hay una verdad.

viernes, julio 10, 2009

Decálogo de la fe


1) La fe es real, indiscutible e incuestionable.

2) La fe se retroalimenta. No depende de cosas que sucedan o que no sucedan, existe en sí misma y para sí misma.

3) La fe se respalda en un Dios.

4) El Dios no es bueno ni es malo, es Dios. Nuestras escalas de valores de nada sirven con Él.

5) Es inútil rezarle o agradecerle al Dios. Nada cambiará por ello para bien ni para mal. El Dios seguirá ahí de todos modos, así como el curso de las cosas no variará para nosotros según actos de ese tipo.

6) La fe y el Dios dan fuerza y sentido a las cosas tan solo por el hecho de estar ahí.

7) No importa porqué ni para qué, ni cuándo ni cómo. Nada importa. Lo único importante es estar sobre ese acantilado y poder cerrar los ojos y dar un paso al frente.

8) La fe no debe ser interesada, debe ser sólo fe. Cualquier cosa que se haga por inercia o por agradar a un Dios no tendrá valor alguno. La fe sólo puede existir si es real, y sólo es real cuando no es racional.

9) La fe debe ser inquebrantable. Nada que suceda puede, para bien o para mal, mutarla en ningún sentido. Si esto sucede, no es fe.

10) Todo esto puede ser mentira, pero es mejor que no lo sea.

miércoles, mayo 20, 2009

El bostezo


Arturo Mendoza salió de su casa, como cada día, a las siete en punto a.m., con la diferencia de que esta vez había dormido mal. Con demasiadas cábalas rondando por su cabeza, su sueño había sido pesado e inconstante, así que salió de casa con un sopor que volaba a su alrededor como una nube de gas. Una chica joven que iba al instituto se quedó mirando su cara lánguida, sus párpados inflados tras las gafas. Y, en ese momento, Arturo Mendoza bostezó.

Ana Vila iba al instituto del barrio, como cada mañana. Salía de casa muy temprano para llegar pronto, para que la gorda Josefina no le quitase la silla. Y es que Josefina, además de ser gorda, tenía muy mala uva, y no permitía que nadie le llevase la contraria en nada, y de ningún modo iba a moverse de su silla por más que estorbase con su gran cuerpo a las lagartijas que se sentaban detrás. Y Ana era una de esas lagartijas, además de no oir muy bien, así que necesitaba sentarse delante. No tenía ya sueño; la ducha matutina le había sentado genial, como siempre. Pero el bostezo de Arturo Mendoza no la dejó indiferente. Y, justo al cruzarse con una mujer que llevaba un traje de chaqueta y un cochecito con un niño dentro, Ana Vila bostezó.

Aurora Fernández salía cada mañana algo nerviosa de casa. Era importante ser puntual en la empresa; bajo ningún concepto podía llegar después de Jorge, su compañero y competidor para el puesto de director de departamento. Pero Aurora, a diferencia de Jorge, tenía un hijo. Y claro, el niño tenía que desayunar e ir bien arregladito a la guardería. Por eso Aurora corría mucho por las mañanas, para tener tiempo de vestirse, desayunar, vestir al niño, llegar a la guarde, salir corriendo a la oficina, y llegar antes que Jorge. Ni siquiera se fijó en Ana Vila, cuando pasó a su lado bostezando. Pero su hijo sí lo hizo.

Ariel Eisen estaba en España de incógnito. La CIA le había pedido su colaboración una vez más para mediar con un influyente personaje palestino. Era imprescindible llegar ya a un acuerdo de paz, y el precio era casi lo de menos. Se trataba de lavar la cara de Israel, y desde luego, la de Estados Unidos, que eran prácticamente acusados de colaboracionismo con los israelíes en la prensa, y eso era algo que no interesaba en absoluto. Así que ahí iba Ariel, en el asiento trasero de un discreto coche de cristales oscuros, de camino hacia su importante reunión con un hombre que, en el último año, había ordenado inmolarse a muchos niños en nombre de Alá. Mirando la calle, reparando sin apenas ver detalles en esta o aquella cara, sus ojos se cruzaron de pronto con los de un niño pequeño que, mirándole sin curiosidad, abrió de pronto su boquita tanto como pudo, en un gran bostezo.

Mohammed Yossuff daba vueltas por la habitación del hotel de lujo como una fiera enjaulada. Eisen tenía fama de diplomático, de escuchar y todo eso, pero él sabía que no era sino un perro a sueldo de los americanos. Y, desde luego, no iba a consentirle que, con tres sonrisitas y un par de palmadas en el hombro, le despachase como si tal cosa y todo siguiese igual. Yossuff quería un compromiso firme: Una retirada incondicional de tropas, o seguiría habiendo víctimas inocentes. Cuando Eisen entró en la habitación, Yossuff le miró de hito en hito: Como había imaginado; cara amable, traje de corte perfecto, nariz extra larga. Aún así, le dió la mano, y sin más preámbulos pasó a contarle sus exigencias. Ariel, todavía algo descolocado, miró a su contertulio a los ojos justo en el momento en que este hablaba ya de retiradas de tropas. Quiso evitarlo, se mordió la lengua, ensanchó al máximo los agujeros de la nariz, pero fue inutil; un gran, profundo, ruidoso bostezo, salió de su boca con la fuerza de un huracán.

Pocos días después, se acabó el mundo.

miércoles, marzo 04, 2009

El tambor


Hubo un momento en que se cansó de devolver los golpes en forma de ondas sonoras. Se había dado cuenta, ya hacía tiempo, de que se había quedado hueco. No podía ver amaneceres, ni campos, ni mares. No podía hablarle a Dios; nada le decía que siguiera ahí, o que alguna vez hubiese estado. "¿Quieres superhombres? No lo soy. ¿Quieres almas libres, que crezcan en la adversidad? La mía no te sirve entonces, porque es demasiado permeable. Yo creo que Niestche se equivocaba; lo que no te mata, te convierte en cartón". Me voy, pensó un día, y dejaré de resonar. Y se fue de noche, de puntillas, para no alterar el orden de las cosas.