lunes, septiembre 06, 2010

Panamá


Seguramente nadie me mandaba meterme en berenjenales, como decía mi abuela, pero yo siempre fui muy amigo de la aventura, supongo que por pura inconsciencia y por extrema juventud. Los mosquitos son grandes como galeones de seis palos, malditos sean. Y qué decir de las arañas, las víboras, y toda suerte de bichas raras que abundan por este sotobosque que tapa nuestros pies hasta las canillas. Las plantas, de hojas grandes como la vela mayor, nos azotan la cara. Las charcas putrefactas de aguas verdes nos cubren los pies, que ya nunca volverán a ser los mismos al salir de ellas. He visto compañeros morir por picadas de bichos cuyo nombre no conoceré jamás, porque no están en ningún tratado de zoología. Pero el capitán Morgan quiere tomar Panamá, porque dice que así todos alcanzaremos la gloria. Quién me mandaba. La gloria que estamos alcanzando es la de estas ciénagas apestosas y estas arañas peludas, y todos los malditos insectos y plantas carnívoras de este asqueroso manglar. Los honores, si los hay, serán para él. A nosotros no nos darán sino una sarta de latigazos los españoles que nos atrapen en su fortín, si es que logramos sobrevivir a su ira. Maldita sea mi sangre. Ni el sol se ve desde aquí. Miras hacia arriba, y sólo ves verde. Y a esa sombra crecen estos endiablados especímenes que nos están matando. Sólo espero que acaben con el capitán antes que conmigo. Y si llego a ver los muros de la ciudad... Para qué me haría pirata.