jueves, marzo 31, 2005

Vestirse de foca

Alguien me dijo una vez que la máxima ambición de un tigre es tener un abrigo de piel de puta. La afirmación resulta menos contundente si tenemos en cuenta el sentido de la misma en toda su extensión.
Tiempo hubo en el que era necesario matar animales para guarecerse de los rigores del invierno, porque no había otra cosa, y porque el animal en cuestión era fuente de alimento y cubría otras necesidades primarias del hombre. Con el tiempo y la aparición de los textiles, las pieles pasaron a ser un lujo. Y más adelante, la conciencia social empezó a hacernos comprender que matar un animal para vestir a otro es, sencillamente, una salvajada. Pero esto no lo pensamos todos, por cierto.
Por un año más, asistimos al espectáculo que nos brindan los canadienses, tan civilizados ellos, de las matanzas masivas de focas. Hombres tapados hasta las orejas, posiblemente para que no les veamos la cara, acorralan a los pobres animales, que les miran con cara de no comprender nada, y les asestan una y otra vez golpes con un palo finalizado en cuchilla. El hielo ensangrentado, los millares de focas muertas sobre el blanco manto, hablan por sí solos.
Nos cuentan que las focas se comen el bacalao y el marisco, y que esta industria da de comer a muchos canadienses. Miren, no nos vendan la moto. No nos chupamos el dedo, saben. Ustedes tienen un país lo suficientemente adelantado como para poder tirar para adelante con actividades menos canallas. Hagan el favor. Espero de corazón que el bloqueo económico al que van a ser sometidos les haga entrar en razón. Y también espero que, por el resto de sus días, sueñen con los ojos de uno de esos animales, mirándoles asustados, mientras esperan el golpe de gracia. No voy a seguir escribiendo. Ustedes no merecen un segundo más mis palabras.

viernes, marzo 25, 2005

Sublimación

Mucho tiempo pasé observándole desde mi ventana. Sentada, asomada, veía su contorno incierto al principio, desdibujado, prometiendo formas definidas y seguras. Su silueta, cada vez más clara, dio paso a sus rasgos, a sus facciones, a su mirada. Y así nos mirábamos, hora tras hora, ventana con ventana.
Y los días empezaron a desgranarse como las cuentas de un rosario, y la mirada llevó al deseo, y el deseo al cariño. Y seguía pasando el tiempo despacio, imposible de retener, como un puñado de arena que, cuanto más cerramos la mano, más se va escurriendo entre nuestros dedos, hasta dejarnos con el hueco vacío, como si todavía estuviera allí.
Y llegó el día en que se decidió a traspasar el lindero que separaba nuestras vidas. Ese día amaneció radiante, con el sol enseñoreándose del cielo, de un azul turquesa que cegaba; todos los seres vivos parecían hermosos bajo aquella luz, como hermoso estaba él, parado en el umbral de mi puerta. Se alzó su mano, con la palma hacia mí y los dedos separados. Y la mía se alzó también, y se acercó a la suya despacio, y noté su contacto cálido, mientras mis dedos se empequeñecían al rozar los suyos. Nos quedamos así, mirándonos a los ojos, las manos tocándose apenas. Sus labios entreabiertos atrajeron entonces mi mirada, y los míos se acercaron despacio. Y cuando nuestros labios se acariciaron, una descarga recorrió mi espina dorsal. Di en ese momento gracias a mi dios por haberme permitido vivir hasta ese día, porque son muy pocas las veces en que la vida se desnuda para nosotros, y se nos insinua, y nos pide que la tomemos hasta derrengarla. Contadas las ocasiones en que nos sentimos tan vivos, tan completos, tan inmensamente dichosos. Y es por esos momentos por los que vale la pena pasar por todo lo demás, por ellos por lo que se dan por buenos todos los sinsabores y los malos tragos, porque uno solo de esos instantes, que a lo largo de la vida se repiten apenas un par de veces, nos clava en el cielo y nos hace comprender el sentido de nuestra existencia.
Y fui suya, y fue mío, y nada ni nadie hubiese podido impedirlo, porque yo había vivido para ver, junto a su cuerpo cansado, el amanecer del día siguiente.

lunes, marzo 14, 2005

El arcángel respondón

Nos cuentan que eran seis los arcángeles de Dios: Rafael, Miguel, Gabriel, Uriel, Ariel y Luzbel. Y mientras Dios andaba creando el mundo, las estrellas y todas esas lindezas, y toda la corte celestial observaba boquiabierta de admiración tanto talento, ellos seis, con mirada de autosuficiencia, aprovaban con la cabeza, con cara de póker, todo aquel despliegue de medios. Hasta que Luzbel, el chico contestatario, dio en llevarle la contraria, en empezar a hacer preguntas y sugerencias, cosa que irritó enormemente al Sumo Hacedor. Como castigo, el destierro, la ignominia. Y ahí le tenemos desde entonces, mareando, sembrando la duda en nuestra mente, haciéndose notar por doquier para goce de propios y extraños, dando lugar a toda suerte de leyendas y adoradores que le dedican ridículos ritos, porque jamás entendieron un pimiento de su naturaleza, de sus motivos.
Y todo está lleno. Colmado de gentes que se revuelven una y otra vez contra lo políticamente correcto. Niños respondones en forma de madre de Mayo, gritando justicia ante la Casa Rosada, o de pueblo llano manifestándose contra una decisión despótica de su gobierno, o de adolescente con rastas que decide no ducharse más. Lleno de personas que se plantean el sistema, que no quieren, que no tragan, que no están de acuerdo. Y muchos habrían de ser los dioses que les hicieran callar, que les desterraran, pese a su empeño, de este "paraiso" social tan cuestionable, de esta sarta de mentiras y de intereses creados, de todo este atrezzo que nos envuelve y manipula. Desde aquí, un beso a todos los caínes, luzbeles, y todos aquellos que me recuerdan cada día que no, que nada está escrito, que a los disconformes nos queda todavía un as en la manga.