Alguien me dijo una vez que la máxima ambición de un tigre es tener un abrigo de piel de puta. La afirmación resulta menos contundente si tenemos en cuenta el sentido de la misma en toda su extensión.
Tiempo hubo en el que era necesario matar animales para guarecerse de los rigores del invierno, porque no había otra cosa, y porque el animal en cuestión era fuente de alimento y cubría otras necesidades primarias del hombre. Con el tiempo y la aparición de los textiles, las pieles pasaron a ser un lujo. Y más adelante, la conciencia social empezó a hacernos comprender que matar un animal para vestir a otro es, sencillamente, una salvajada. Pero esto no lo pensamos todos, por cierto.
Por un año más, asistimos al espectáculo que nos brindan los canadienses, tan civilizados ellos, de las matanzas masivas de focas. Hombres tapados hasta las orejas, posiblemente para que no les veamos la cara, acorralan a los pobres animales, que les miran con cara de no comprender nada, y les asestan una y otra vez golpes con un palo finalizado en cuchilla. El hielo ensangrentado, los millares de focas muertas sobre el blanco manto, hablan por sí solos.
Nos cuentan que las focas se comen el bacalao y el marisco, y que esta industria da de comer a muchos canadienses. Miren, no nos vendan la moto. No nos chupamos el dedo, saben. Ustedes tienen un país lo suficientemente adelantado como para poder tirar para adelante con actividades menos canallas. Hagan el favor. Espero de corazón que el bloqueo económico al que van a ser sometidos les haga entrar en razón. Y también espero que, por el resto de sus días, sueñen con los ojos de uno de esos animales, mirándoles asustados, mientras esperan el golpe de gracia. No voy a seguir escribiendo. Ustedes no merecen un segundo más mis palabras.