viernes, octubre 15, 2010

Otoño y otoño



        Todos dicen que el otoño es gris, de la misma manera que dicen que el rey es campechano, o que España es diferente. Mira estas hojas. No me las he inventado yo, ni las he arreglado con el fotoshop. En realidad, el otoño es tricolor. Lo vi un día, hace muchos años, que pasé el puente del Pilar en La Vall de Boí, cerquita de Sort, antes de que todo el mundo empezase a ir a partir de Septiembre a La Bruixa D'or a comprar lotería. Por aquel entonces no había nadie en esos lugares. Pueblos como Durro o Sort estaban prácticamente desiertos. Pocas casas, casi nadie por las calles. Y, de fondo, las montañas. Siempre recordaré aquellos colores: todo era rojo, verde y amarillo. Las hojas que nacían, las que ya habían nacido y las que estaban muriendo. Se metía uno dentro de aquellos colores. Yo era joven y no tenía deudas, ni tarjetas Visa, y tenía padre y madre, hermanos, amigos. Tenía por entonces una vida despreocupada y diferente, muy diferente. Pero claro, yo no valoraba aquello. Yo me quejaba por todo, como todo el mundo. Por eso, supongo, recuerdo tan bien aquellos colores. Rojo, verde y amarillo. Podía uno meterse dentro; de hecho, estaba uno dentro. Y no veías nada más. Millones de hojas que te envolvían, que te protegían y te recordaban que eras de ahí, que tu sitio estaba ahí. No en la ciudad, no en el asfalto. Tenías, te decían, que volver con ellas para quedarte. ¿Acaso no te sentías agusto? Claro, pensabas. Por eso volví, años después. Por eso estoy cerca. Por eso ahora sé que el otoño no es gris.

lunes, septiembre 06, 2010

Panamá


Seguramente nadie me mandaba meterme en berenjenales, como decía mi abuela, pero yo siempre fui muy amigo de la aventura, supongo que por pura inconsciencia y por extrema juventud. Los mosquitos son grandes como galeones de seis palos, malditos sean. Y qué decir de las arañas, las víboras, y toda suerte de bichas raras que abundan por este sotobosque que tapa nuestros pies hasta las canillas. Las plantas, de hojas grandes como la vela mayor, nos azotan la cara. Las charcas putrefactas de aguas verdes nos cubren los pies, que ya nunca volverán a ser los mismos al salir de ellas. He visto compañeros morir por picadas de bichos cuyo nombre no conoceré jamás, porque no están en ningún tratado de zoología. Pero el capitán Morgan quiere tomar Panamá, porque dice que así todos alcanzaremos la gloria. Quién me mandaba. La gloria que estamos alcanzando es la de estas ciénagas apestosas y estas arañas peludas, y todos los malditos insectos y plantas carnívoras de este asqueroso manglar. Los honores, si los hay, serán para él. A nosotros no nos darán sino una sarta de latigazos los españoles que nos atrapen en su fortín, si es que logramos sobrevivir a su ira. Maldita sea mi sangre. Ni el sol se ve desde aquí. Miras hacia arriba, y sólo ves verde. Y a esa sombra crecen estos endiablados especímenes que nos están matando. Sólo espero que acaben con el capitán antes que conmigo. Y si llego a ver los muros de la ciudad... Para qué me haría pirata.

lunes, julio 12, 2010

A mi padre

Tenías que haberlos visto. Tú te acordarás de Guardiola, que jugaba de centrocampista en el último Barça que conociste, ¿no? Bueno, pues le hicieron entrenador de los cadetes. Y ahí se juntó La Gloriosa; un grupo de chavales de infarto. Uno de La Pobla, que se llama Puyol, y otro que vive ahí en la esquina de Miguel, que se llama Xavi. Y uno de Albacete, de Fuentealbilla, que en casa le llamamos Don Andrés, y otro con cara de Sembrador de patatas, que se llama Piqué. Y unos cuantos más, entre ellos un argentino que, cuando lo vió Reixach, le firmó a su padre un contrato en la servilleta de un bar, porque el Charlie ha tenido siempre mucho ojo. Y esos críos subieron con Guardiola a primera, y la formaron. Lo ganaron todo, todo. Anda que no me acordé de ti, con lo forofo que tú eras. Hasta a los más escépticos se les caían las lágrimas con el pibito y con esa línea en el centro del campo, y con las filigranas de Piqué en la defensa. Seis copas, papá. Todas. Y el seleccionador nacional (Vicente del Bosque; te acordarás de él porque jugaba hace siglos en el Madrid), va y los llama a todos para la selección. En el campo, tres del Madrid (uno el portero; un genio), otro del Sevilla, y todos nuestros chicos, siete. Y el de Fuentealbilla marca un gol que se nos cayeron a todos los palos del sombrajo, a cuatro minutos de ir a los penalties. Y tenemos la copa del mundo, papá. Míralos, ahí los tienes, la está levantando Don Andrés, para que puedas tocarla.

lunes, junio 14, 2010

Felicidad

Nunca se me habría ocurrido escribir sobre esto tan cacareado, sobre lo que todo el mundo lleva siglos  escribiendo una y otra vez. Pero creo que hoy es necesario. No voy a contar ningún rollo, tan solo repetiré lo que viene a mi cabeza cuando pienso en esa maldita palabra. Y es algo así: Suave, rojo, transparente, piel, ojos cristalinos, especias, carne poco hecha, pies, cielo, mar, arena, pasos acompasados, dulzura, penumbra, sueño, carcajada, niño, bombones, verano, luz, torrente, montaña verde, carretera, velocidad, nostalgia, sonrisa.

martes, mayo 18, 2010

La vida en un burka


Es difícil evitar la desazón, como mínimo, que produce ver una mujer con burka. Uno siente miedo. Miedo ante lo que no comprende, ante lo que le es tan ajeno. También se siente confuso, y sin duda, en la mayor parte de casos, siente uno compasión. Pobrecita. La obligan. Es imposible que vaya feliz de ese modo. Posiblemente. Lo más probable es que se sienta un bicho raro, que mire a las otras mujeres con envidia, no de la sana, que no existe, sino de la mezquina, la verdadera, la que da el verse observada por diferente, y la rabia de saberse compadecida. Toda una cultura ancestral, machista, conservacionista, mal entendida y mal interpretada, sostienen ese burka extendido sobre la vejada, la humillada mujer obligada a no lucirse en público, y no sabe uno si desea que la tierra se la trague, si se siente orgullosa por lo diferente, o si ni siquiera piensa ya en nada.

Mi vida en un burka

No había pensado nunca qué se sentiría con el pelo al viento, de la misma manera que un ciego no se pregunta en seguida qué será ver, cuando nació ciego. Cuando me lo planteé, sentí miedo, y preferí pensar en otra cosa. Sería lo mismo que si a una mujer occidental le proponen salir a la calle desnuda, e ir así al supermercado, a tomar café, o al colegio, a buscar a los niños. Ninguna mujer que haya salido a la calle siempre vestida deseará o soñará con salir desnuda como un anhelo irreprimible. Simplemente, le incomodará la idea, se reirá de la hipotética situación, y seguirá con sus tareas diarias pensando en otra cosa. No puedo entender cómo es posible que nadie lo comprenda. En el mundo occidental se dan por buenos unos parámetros, y por sentado que el resto del mundo los considera los deseables, los envidiables, el objetivo a alcanzar. Mi prima es tuareg. Ella vive en el desierto con su esposo de cara azúl, y su vida es dura y salvaje. Yo le pregunté un día si no preferiría vivir en la ciudad, como yo. Me miró con condescendencia, sonriendo triste, y me dijo: "No sabes lo que dices. Tú no entiendes". Y volvió, orgullosa, con sus cabras, sus hijos y su cueva. De la misma manera, yo adoro mi sensación de incógnito. Es como si guardase mi personalidad sólo para mí y para los míos. Por la calle no existo, y eso me gusta. No creo que nadie sea mejor que yo. Y menos quienes son incapaces de comprender que las diferencias son sólo una cuestión social, porque, desnudos, todos somos, más o menos, iguales.

jueves, mayo 13, 2010

Asfalto


Sin notar apenas los baches de la carretera gracias a los maravillosos neumáticos (tecnología punta) del autobús, puedo mirar los campos, las montañas al fondo, los pueblos. Puentes sobre mi cabeza y obras para hacer mayores los arcenes. Junto a uno de ellos, tres grandes bloques de cemento pintados de amarillo, delimitando el espacio donde trabajan, o trabajaron, los obreros de lo público. En el primer bloque, pintado con un spray blanco, "Te quiero". En el segundo, a pocos metros, "Te echo de menos". En el tercero, "Siempre tuyo". Y me da por pensar en el adolescente, sentado sobre el asfalto con sus vaqueros rotos, mostrando la ropa interior, pensando que así mola más, tratando de impresionar con su poesía urbana a la ingrata que se fue. Pienso en su corazón roto, en su almohada empapada por el llanto, en su mirada perdida tras el cristal sucio del aula del instituto. Y pienso si todavía la llorará en silencio, si le estará sangrando aún el corazón que no conoce el consuelo, o si habrán pasado ya suficientes meses como para que su melancolía haya remitido algo o del todo, de un plumazo, como suelen suceder estas cosas, y sea ya otra la que escuche en su oído que él es siempre suyo, con ese "siempre" tan caduco de lo que es fresco.

jueves, febrero 18, 2010

Inuyasha y macarrones



Era dificil imaginar qué cambiaría si viniera una guerra; tan grande era el sentimiento de intemporalidad. Ya podía reventar el mundo, que dijeran lo que dijeran las noticias, todos los mediodías estaba ahí el plato caliente y los dibujos animados, contando historias ajenas a lo cotidiano, pero cercanas por la familiaridad que habían creado entre nosotros. ¿Guerra? Sólo los horrores que lograsen mellar el corazón cambiarían algo. Simplemente las imágenes que se metieran en la cabeza por lo espantosas, por lo terroríficas, conseguirían que nuestras almas, un poco más viejas, dejasen caer la cuchara con indiferencia ante el manjar, y mirasen sin ver la animación en la pantalla. Mientras tanto, nada mutaría la calma, vestida de diario, plácida en lo habitual, lo conocido, lo familiar, lo amado. Ese calor nos mantendría vivos para siempre, y nos permitiría respirar hondo, sentir el aire, y dar otro paso.

miércoles, febrero 10, 2010

Nimiedades


El gran cañón del Colorado es una vistosa y escarpada garganta formada por el paso del río Colorado, al norte de Arizona. En algunas zonas, su profundidad es de 1.600 metros. Si nos fijamos en las personas que salen en la foto, nos costará algo verlas, puesto que no deben medir más de dos milímetros. Pero eso sí, todos pagan impuestos, visas, y probablemente hipotecas. Todos se deprimen en su trabajo, o en su paro, y todos miran hacia arriba buscando respuestas. Es posible que crean en Dios, y sonrían reconfortados pensando en su superioridad humana sobre los animales, en la perennidad de su alma inmortal que irá al Más Allá cuando muera su cuerpo. También puede que miren con suficiencia a su compañero o a su vecino, porque el pobre es infinitamente más infeliz que ellos, porque sabe menos y tiene menos, o igual le miran con envidia porque su coche es mayor o tiene hijos. Pero ahora, mientras miran hacia abajo, hacia el fondo de esos 1600 metros, seguramente no se acuerdan de todas esas cosas. En cambio, tendrán la mente en blanco, con una clara sensación de vértigo y un subidón de adrenalina. Y quizás se marchen de ahí pensando diferente acerca de sí mismos, sus hipotecas y sus vecinos, impresionados por la magneficencia de la naturaleza. De una naturaleza terrestre en un planeta de 510.000 kilómetros cuadrados, suspendido en el Sistema Solar entre otros nueve planetas, casi todos bastante mayores; sistema que a su vez pertenece a la Vía Lactea, con un diámetro de cien mil años luz, que a su vez se halla en el Universo...

martes, febrero 02, 2010

Beautiful looser


"Dame", me dijo sin mirarme, "una razón para seguir. Porque miro el camino, y es que no lo veo". "Seguro que no lo miras bien", contesté, "porque está, vaya que sí, y lo estás pisando. A lo mejor no lo ves por eso, porque vas pisándolo". Siguió caminando, pero bajó la vista, como para corroborar lo que yo le había dicho, que el suelo estaba ahí. Su rostro no mudó al comprobar que así era. "Y te diré otra cosa; no pises fuerte el sendero, sólo ve de puntillas, recórrelo deprisa, y métete en casa antes de que el demonio se entere. Porque si no, la realidad empieza a vibrar hasta que se rompe, y cuando comienza a hacerse pedazos, ya no para. Y se cae, y te da". Entonces sí me miró, pero sus ojos transparentes no parecían decir nada, ni estar pensando. Era como si viese a través de mí. De modo que nada sucedió, y seguimos andando, mirando la puerta de la casa del final del camino.