viernes, noviembre 20, 2009

Ande, ande, ande


Y un día, al salir a la calle, vi el reventón de bombillas de colores, y me di cuenta de que sólo se oían villancicos y eso. Las mujeres, en los días clave, aparecían repeinadas y con zapatos de tacón que no sabían llevar, porque van siempre con deportivas, y apestaban a una colonia demasiado exuberante que no suelen ponerse, y los hombres tenían una mirada entre soñadora y de asco. Por eso me fui de allí a una ciudad que no conocía, para estar fuera de todo aquello, para sentir, por una vez, el anonimato entre la multitud, la exclusividad de saber que, en un día como aquellos, nadie te espera. Y salí a la avenida más ancha, de esas avenidas que tienen las ciudades que se creen importantes sin serlo, y vagué entre los otros, en la misma dirección, sin mirar las luces ni el árbol de Navidad, sino tan solo sus caras. Vi una chica enamorada que miraba con devoción a un muchacho despistado que le tomaba la mano como si fuera un pescado. Vi un anciano con pajarita y gorra caminar deprisa con una caja atada con un lazo. Vi también un matrimonio de mediana edad vestidos con ropa cara, caminando aburridos, sin dirigirse la palabra. Y vi niños, muchos niños, que reían, que corrían, que cantaban. Cuando hube visto suficiente me sentí igual que antes, y volví a casa.