miércoles, octubre 19, 2005

Desmontando la casa


Poco a poco, nos fuimos marchando. Uno tras otro, crecimos, quizás demasiado... Dejamos atrás los recuerdos, miramos tan solo hacia el futuro que teníamos delante. Y un día, cuando ya no quedaba nadie, volví. Había que deshacer la casa. Cruzar aquella puerta me evocó al instante cientos de recuerdos; la entrada, de cuyo mueble me gustaba tanto registrar los cajones; el pasillo, con la luz de la ventana del comedor al fondo, pavimentado con aquellas baldosas antiguas, por el que mis hermanos y yo hicimos tantas carreras... Me asomé al cuarto de los trastos. Todavía permanecían ahí las estanterías metálicas que había instalado mi padre, para guardar cosas que sólo utilizábamos de vez en cuando. El baño, la cocina, el comedor. Miré por la ventana; la vista era ahora diferente. Edificios más modernos, más altos. Me senté en una silla del comedor. El viejo mueble enfrente, con la colección de dedales de mi madre; la reproducción del Pan de Dalí en la pared. Y por fin, mi cuarto. El lugar donde bailaba sola, donde había jugado con mi hermana tantas veces, a cualquier cosa. La cama en la que había empezado a soñar, con la vista clavada en el techo agrietado. Tocar. Respirar. Sentir. Apenas me atrevía a moverme, por miedo a que se rompiera el ensalmo. Mi pasado, mi niñez, mi juventud. Y ahora, romper con todo para siempre. Una lágrima, un suspiro. Un girón de mi alma pegado para siempre en aquellas viejas paredes.