viernes, diciembre 14, 2007

Ya no es Navidad


Hoy quiero hacerte un regalo. Algo cálido, suave y blando, que puedas tocar con las puntas de tus dedos fríos. Algo que te recuerde que, cerrando los ojos, todavía se pueden ver más cosas que con los ojos abiertos. Que te haga pensar en árboles frondosos (respira, nota su olor), en cielos azules que dañan la vista con su fulgor, en el viento fuerte en la cara, que despeina y no deja hablar, porque devuelve las palabras de nuevo. Algo que te recuerde que, a pesar de todo el decorado, de los tonos grises, de las luces de colores que se funden, de las bolas del árbol que se rompen, de las sonrisas pintadas, de las miradas vacías, todavía quedan sabores genuinos, corazones llenos, manos que se alargan. Y que basta con tomar aire para sentir cómo se hinchan los pulmones, cómo llega el oxígeno hasta los tobillos. Y basta con abrir los ojos para que la luz los ciegue y los llene de colores y de formas. Y basta con sonreir para que cualquier alma sola y perdida devuelva la sonrisa con generoso agradecimiento. Toma mi regalo, y ponlo allí donde siempre puedas verlo. Así, aunque no quieras, siempre recordarás que no todo es mentira.

lunes, diciembre 03, 2007

De la apariencia


Si miras de lejos, es porcelana. Hermoso rostro, frío, hasta hierático. En su perfección, es como si no dijese nada. Acércate. Puedes tocar la nariz, la boca. Se estremece bajo tu mano. Observa, deja que la sensación del contacto te llene. Piérdete en la mirada, en la suavidad. Entonces podrás ver el alma. Y el alma es mucho más hermosa que la forma, más que la textura. Desde entonces, siempre tocará la tuya, cada vez que te pares un momento a mirarla, cada vez que le des el tiempo suficiente, cada vez que, por un momento, te detengas y mires.

miércoles, noviembre 21, 2007

Navidad


Llega la Navidad
con sabor de mazapán,
de turrón, de mieles y de pan.

Vamos a celebrar
la familia en el hogar
nuestra Nochebuena una vez más,

con nueces, peladillas,
y un poquito de champán,

cantando una canción
que diga con mucha humildad

que aquí desde mi escuela
le pido a la humanidad

que reine la paz.

jueves, octubre 25, 2007

Sensaciones


Recordaba el olor a café en la casa del barrio viejo, y el lento despertar que me producía. Retirar despacio la ropa de mi cara, y sentir la nariz congelarse en el acto. No tardaba en llegar la madre, apremiándome a vestirme para no llegar tarde al colegio. Sus prisas, su parloteo rápido, como de estar eternamente enfadada con alguien o con algo. Levanta, vístete, me decía, mientras ella misma me ayudaba con los calcetines, con los botones, con las cremalleras. Un dolor infinito, casi irracional, cuando el jersey de cuello demasiado pequeño entraba por la cabeza, pegado a ella, y pillaba las orejas a contrapelo. Superado el principal obstáculo, el jersey seguía ciñéndose por los brazos y el cuerpo. Yo siempre pensaba que era justo eso lo que debía sentir un conejo cuando le arrancaban la piel, y así se lo hacía saber a la madre, que asentía sin oir, con la cabeza ya un cuarto de hora por delante del momento presente. Me hacía coletas. Una raya perfecta, desde la frente hasta la nuca, me dividía el pelo en dos porciones exactas, y cada una de ellas quedaba anudada a un lado de mi cabeza, en dos maravillosas escobas que yo me complacía en menear con orgullo, como un símbolo de exuberancia. El abrigo de paño, la falda ínfima, los calcetines largos. El olor a humedad, a piedra vieja, de la calle. La enorme puerta de madera deslucida de la escuela, la tromba de niños. La madre que sonríe. La madre que se aleja. Los ojos solos buscan, pero ya no encuentran.

viernes, octubre 19, 2007

Ojos


La curvatura del ojo humano es de cincuenta milímetros. Si miramos a través de una lente de igual curvatura, vemos las cosas del mismo tamaño, proporciones y aspecto que con nuestros propios ojos. Pero si la lente es de treinta y cinco milímetros, vemos a través de ella más pequeño y abombado todo cuanto miramos. Y yo me pregunto: Si el ojo humano tuviese una curvatura de veinticinco milímetros, lo que se llama ojo de pez, ¿tedría el mundo que conocemos el mismo aspecto?

miércoles, octubre 17, 2007

Por si me muero


Dios, sabiéndose el sumo hacedor de todas las cosas, y por tanto dueño y señor del tiempo, siente a veces la necesidad de ejercer ese despotismo característico de los que poseen un monopolio incontestable, y hace que un Mercedes se nos cruce por delante en la autopista, porque se pasaba la salida, y a saber dónde habría podido si no dar la vuelta, o que los oxidados bracitos de la arandela que sostiene ese tiesto de veinte kilos en la frágil baranda de un balcón cedan por fin, justo cuando pasamos, nosotros y nuestra cabeza, por debajo. Es por eso que os escribo a los que os amo estas líneas, para que no os quedeis demasiado desorientados si algo me sucede de repente.
Todos mis créditos gozan de un seguro que los pagará automáticamente, previo aviso a la compañía aseguradora, eso sí, antes de que pasen veinticuatro horas desde el siniestro, que las companías aseguradoras son muy miradas para estas cosas de los plazos, y es que uno no se hace rico así porque sí.
No os preocupeis tampoco porque vaya a faltaros mi amparo; sin duda tendreis a quién acudir para que os cuide y os proteja, que quien es digno de ser amado, como vosotros lo sois, invariablemente tiene siempre quien le ame.
Y si se os hace difícil no poder perder vuestra mirada en el fondo de la mía, y que no podamos ya sentir esa sensación de ahogo al no saber qué decir, porque no hace falta, porque los ojos y las manos y los labios lo dicen todo, tened presente que cuanto os di, con vosotros queda, y cuanto me disteis, conmigo me lo llevo.

martes, octubre 09, 2007

L


Un personaje especial. Un pequeño tributo desde aquí. Y un saludo a todos los otaku del mundo, que pronto nos veremos, como cada año, en el salón del Manga de Barcelona :)

Hablar por hablar


A veces, sin querer, nos sale una frase de esas que, nada más acabar de decirla, nos quedamos callados y soltamos un "Ooooh..." interior. Tan fascinados nos sentimos con nuestra propia genialidad. Otras veces nos damos cuenta, antes de acabar la frase, de la estupidez que estamos diciendo. Y entonces, sin saber qué hacer o cómo arreglarlo, seguimos hablando, con la esperanza de que nuestras propias palabras nos saquen del atolladero, así, motu proprio. La mayor parte de las veces nos limitamos a enlazar sonidos, sin prestar ninguna atención a lo que sale de aquello. Ausentes de nosotros mismos, ignorando que tenemos dos orejas y tan solo una boca, con lo que la madre Naturaleza trata de recordarnos constantemente que es mucho más importante escuchar que hablar, vamos encadenando vocablos, sin pararnos a pensar si matamos o espantamos. Y, a pesar de ello, continuamos sintiéndonos orgullosos de nuestra inventiva cuando consideramos haber dicho una genialidad , que por lo general se le pasa totalmente por alto a nuestro interlocutor, de quien esperamos una mirada de mudo asombro, o un asentimiento de cabeza. Ingrato, pensamos, y seguimos nuestro camino convencidos de lo listos, lo guapos y lo brillantes que somos.

lunes, octubre 08, 2007

Dentro del laberinto


Mires donde mires, una pared verde. Gira a la derecha, a la izquierda. Pasillos, paneles de seto, microscópicas hojas olorosas. Si las coges y las aprietas, después tus manos conservan ese olor a pino. Sigue, sigue. Camina. Si no paras, continuarás recorriendo pasillos, ahora más estrechos, ahora más anchos. Siempre las mismas paredes te barrarán el paso, siempre encontrarás un paso alternativo, a la derecha, a la izquierda. Siempre verde, siempre hojas, siempre nuevos caminos a ambos lados. El dédalo te traga. Te abduce, y nunca más puedes volver a salir de él. Sólo recuerda: si miras hacia arriba, el cielo sigue ahí. Salta.

martes, septiembre 25, 2007

Todo y nada


Mi compadre Lorenzo me envió días atrás una misiva corta y seca, como todo lo que él enviaba, pidiéndome que me acercase a su casa, que tenía un asunto sin importáncia que quería comentar conmigo. Cuando mi compadre hablaba de asuntos sin importáncia, se refería siempre a preocupaciones filosóficas sobre la vida y la muerte; cosas, en definitiva, que no tenían nada que ver con lo material de este mundo. Yo tenía que ir a solucionar algunos papeleos cerca de su finca en los próximos días. Por eso, y porque son más las cosas que nos unen que las que nos separan, me acerqué, después de arreglar aquellos asuntos míos, al pequeño porche de delante de su casa, donde, sabía, le hallaría sentado en el banco de la puerta, contemplando el bosque de enfrente. Me acerqué en silencio, y me senté a su lado. Sólo entonces, cuando supo que estaba ahí, mirando también el bosque, me dijo: "La nada ha invadido mi alma, viejo". Le miré sin atreverme a decir algo que le pudiera hacer sentir mal, pero no se me ocurría nada coherente. Así que esperé. "Pero no la nada, como quien dice, el vacío, no. La Nada de Nada". "¿Algo así como un agujero?", pregunté, sin atreverme a mirarle esta vez. "No, viejo. Un agujero es algo. Yo te digo que es la Nada. No sé explicarte; una Nada que, cuando la miras, es como si te hubieras quedado ciego". "Caramba, compadre. Y, ¿sabes a qué se debe esa necrosis espiritual?"- Ahora fue él quien me miró un instante, antes de volver de nuevo la vista al bosque. Unos segundos de silencio, y otra vez su voz cansada- "Es la vida, viejo. Se va. Y la amo, sabes. Pero se va. Y no hago nada por evitarlo, me abandono a su lento adiós. Como un torero, que ama al toro, pero lo mata, así hago yo con mi vida, que se va, y no hago por retenerla, y por eso se va más deprisa". "Compadre, el torero ama al toro, pero lo mata únicamente porque está dispuesto a dejarse matar por él. Así has hecho tú con tu vida; te la has bebido sin reservas, has amado, odiado, gozado y llorado, y te has sumerjido en ella, y ella al final acaba con nosotros, porque nosotros también la consumimos, y así es como tiene que ser". Mi compadre me miró serio. Después empezó a dibujar una sonrisa, que culminó en carcajada. "Viejo- me dijo-, dudo que nadie más tuviera conmigo la paciéncia que tú tienes. Anda, vamos a beber unos vasos de buen vino tinto, que la merlota de este año ha salido de primera". Y, sin más, entramos en la casa para brindar por estar todavía vivos.

martes, septiembre 18, 2007

Los largos sollozos de los violines de otoño hieren mi corazón con monótona languidez


A mí, el Grillo Loco de un parque de atracciones no me parecía el lugar más idóneo para citarme con un espía con objeto de compartir información. Pero las órdenes habían sido claras: "Ponte a su disposición", había dicho el baranda. "Nos interesa mucho esa información". Y ahí estaba yo, heroe de la resistencia francesa, sentado en el coche número catorce de aquella locura de atracción de feria. Dos viajes llevaba, con el consiguiente efecto en mi estómago, cuando se acercó al coche un tipo con gabardina y sombrero, se me quedó mirando con los ojos entornados, asintió con la cabeza, y se subió a mi lado. Así, disimulando. Cuando sonó la sirena y el aparato infernal se puso en marcha, sosteniéndose el sombrero y sin mirarme a la cara, me alargó un papel que yo guardé en mi bolsillo. Esperé a que me dijese algo, un mensaje en clave, una señal; nada. Con la mano en su sombrero y la otra agarrando la barra de seguridad, subía y bajaba conmigo en aquella vorágine de ruido y movimiento enloquecido. Entonces vi con espanto que, muy despacio, comenzaba a alzar las manos. ¿Nos habrían descubierto? ¿Estaría un agente enemigo apuntándonos desde otro coche? Mi compañero espía continuaba alzando los brazos despacio. Y, cuando los tuvo arriba del todo, se le pintó una sonrisa en la cara, mientras los otros brazos, los del Grillo Loco, cobraban mayor brío. Vi entonces que todos los usuarios del aparato estaban, al igual que mi compañero de coche, con los brazos alzados. En ese momento fui completamente consciente de lo absurdo de toda aquella situación. Como pude, saqué el papel de mi bolsillo, y sólo pude leer: "Cretino el que lo lea".

lunes, septiembre 17, 2007


Mucho tiempo sin vernos. Ninguna justificación; mil cosas pequeñas o enormes, pero da igual. Aquí estamos de nuevo, y aquí seguiremos, al menos de momento. De regalo de bienvenida, o de feliz regreso, un loto negro.