jueves, octubre 29, 2009

La memoria de los nuestros

Es la Muerte quien nos arrebata lo que conocemos, lo que nos ata a una realidad amable y gentil. Fotografías que congelan gestos, sonrisas (café...), que convierten en intemporal una imagen que, en el momento de apretar el disparador, ya pertenece al pasado. La máquina eternizó ese instante, pero ahora, justo después, esa misma persona ya se mueve, ya habla con otros, ya no podría, aunque quisiera, repetir con exactitud ese gesto. Eso es, claro que sí, lo que hay de siniestro en una fotografía. Que reveló sin más una realidad que se quedó obsoleta en el acto. Que ya no va a volver a existir. Y nos mira desde el álbum con una mirada vacía, lejana, y siempre nos preguntamos qué estaba pensando en ese momento, qué pensó justo después. Y no nos podemos contestar. Porque esa parte siniestra de las fotos nos dice que, aunque se haya tomado el cliché recientemente, ya hay algo diabólico en él, algo que va a sobrevivir para siempre a la persona, y que nos va a seguir mirando, desafiante, con ese pobre triunfo de los pequeños, cuando ese ser querido ya no esté.