sábado, mayo 13, 2006

Desde el tren


Las imágenes se desgranaban deprisa ante sus ojos, a través de la ventana del tren. Del mar al interior, a la meseta, a las dehesas. Los encinares devolvieron a su corazón el gozo del regreso al origen, a la tierra madre. Otros lugares, otras costumbres, otros paisajes habían vivido con él durante los últimos tiempos. Quedaban atrás sus días de nómada, de extranjero. Pensó al marchar en el placer de conocer, de experimentar. Ahora, al regreso, descubría con felicidad lo reconfortante de lo conocido, y supo por un momento que no estaba tan solo ni era tan libre como pensaba; supo que, a pesar de los avatares, de las idas y venidas, tenía un lugar amado, hermoso, al que regresar. Y volvió a pensar en todo cuanto había dejado atrás. Sonrió con nostalgia, porque sabía que el mundo era suyo, que todo estaba ahí para él, pero que siempre, siempre, podría volver.

jueves, abril 20, 2006

Leitmotiv


Un enano de jardín; gorro rojo, ropas azules. El visillo sucio, medio caído. Las piedras no se mueven. Gravedad, materia. "Do you love me, John?" No se pueden mover, y por eso se oxidan. Y el oxígeno permite que les crezca musgo. "How much do you love me, John?" El musgo es verde. Verde y suave. Es agradable tocarlo. "As much..." Pisarlo con los pies descalzos, correr sobre él, tenderse en él. Dormir, soñar. Dejar que la mente vuelva, que regrese al origen, al cosmos, al Logos. Materia volátil, pensamiento ligero. Libre, libre, libre. "As much as my heart can love..." Desaparece, se fusiona en los entes gaseosos de la atmósfera. No muere; se transforma, porque es energía, y no se puede destruir. "As much..." Muere el cuerpo, muere lo orgánico, lo mortal, lo provisional. Y el mar sigue yendo y viniendo, y nutriéndose de ríos, y el musgo sigue creciendo en las piedras. Y todo sigue y sigue, y la materia no sigue, y se pudre, y desaparece. Y las mentes quedan desnudas, y flotan, y se elevan.

domingo, marzo 12, 2006

Cincuentonas


"Hay que ver lo bien que se conserva Madonna, eh". Sentado junto a mí en el bar donde solíamos hacer el vermouth los domingos, con su refresco en una mano y un palillo pinchando una aceituna en la otra, miraba embobado el televisor, mientras la sex-bomb desarrollaba sincronizadamente su última coreografía. "Sí, claro...", dije con una sonrisa de soslayo. "Es natural, cuando una no tiene más que hacer en todo el día que cuidarse y hacer deporte". Tan pronto hice esa pueril afirmación, me sentí mal conmigo misma. Se suponía que no debería yo sentir esa punzadilla a estas alturas, pero comprobé con dolor que aún me dolía que mi compañero admirase a otras mujeres. Abrí la boca para rectificar, pero la cerré al punto al escucharle decir "qué piernas..." "Ya ves, parece el Conan el Bárbaro ese". De nuevo me sentí mal, esta vez por dos flancos; por ser tan celosa e insegura; por el hecho de que él tuviera los ojos clavados en la pantalla. "Esa está operada", dije con una sonrisa triunfal. "Madonna operada...? Nooo...no lo creo". En ese momento, tuve una epifanía. Imaginé el busto de un encorbatado presentador de noticiero, diciendo: Interrumpimos la transmisión para informarles que Madonna acaba de sufrir una combustión humana espontanea... Dios mío. Qué mal estoy. Es guapa, me dije. Y talentuda. Guapa y talentuda. Puta, puta, puta...No, guapa. Es guapa... Entonces, vi que me miraba. "Te pasa algo, cielo? Estás pálida..." "No, no... nos vamos?". Y me levanté de la silla, preguntándome si Madonna tenía el mismo tipo de problemas, de complejos, de inseguridades. Y me dirigí a casa del brazo de mi compañero, pensando que nunca acaba una de madurar ni de conocerse.

viernes, febrero 10, 2006

La ciudad

Los zapatos se mueven, pero no suenan. Avanzan como fantasmas, produciendo la rara sensación de no emitir sonido alguno. La contaminación acústica es demasiado potente, y me deslizo por las aceras pensando que vuelo, como un fantasma. Una mujer me mira sin verme. El tráfico incesante, como un río ahora fluído, ahora de aguas quietas, pasa junto a mí. Gritos, sonido de claxon. Me aturde. Las personas caminan deprisa. No saben dónde van; muchas de ellas vuelven a casa. Pero corren de todos modos. La prisa se contagia. Un muchacho moreno, de cabello sucio, limpia cristales en un semáforo. Dos niños de uniforme se apresuran hacia la parada del autobús. La ciudad me abortó. Me expulsó de sus entrañas. No tenía sitio para mí, porque yo me detenía, miraba, contemplaba. Yo no caminaba siempre aprisa. Me detenía a mirar las arcadas góticas del barrio antiguo, los edificios modernistas del centro. Y me echó de su interior. Volver a ella es sentirse un extraño. La sensación de no pertenecerle, de no poder estar ya en su seno. Mis zapatos no suenan. La ciudad me abortó. Un bebé me sonríe desde su cochecito de paseo. Me detengo, le miro. Me pregunto si también huirá. Me voy, me escapo. La ciudad me expulsa de nuevo. Pero, si levanto la vista, el cielo sigue ahí.