jueves, octubre 25, 2007

Sensaciones


Recordaba el olor a café en la casa del barrio viejo, y el lento despertar que me producía. Retirar despacio la ropa de mi cara, y sentir la nariz congelarse en el acto. No tardaba en llegar la madre, apremiándome a vestirme para no llegar tarde al colegio. Sus prisas, su parloteo rápido, como de estar eternamente enfadada con alguien o con algo. Levanta, vístete, me decía, mientras ella misma me ayudaba con los calcetines, con los botones, con las cremalleras. Un dolor infinito, casi irracional, cuando el jersey de cuello demasiado pequeño entraba por la cabeza, pegado a ella, y pillaba las orejas a contrapelo. Superado el principal obstáculo, el jersey seguía ciñéndose por los brazos y el cuerpo. Yo siempre pensaba que era justo eso lo que debía sentir un conejo cuando le arrancaban la piel, y así se lo hacía saber a la madre, que asentía sin oir, con la cabeza ya un cuarto de hora por delante del momento presente. Me hacía coletas. Una raya perfecta, desde la frente hasta la nuca, me dividía el pelo en dos porciones exactas, y cada una de ellas quedaba anudada a un lado de mi cabeza, en dos maravillosas escobas que yo me complacía en menear con orgullo, como un símbolo de exuberancia. El abrigo de paño, la falda ínfima, los calcetines largos. El olor a humedad, a piedra vieja, de la calle. La enorme puerta de madera deslucida de la escuela, la tromba de niños. La madre que sonríe. La madre que se aleja. Los ojos solos buscan, pero ya no encuentran.

viernes, octubre 19, 2007

Ojos


La curvatura del ojo humano es de cincuenta milímetros. Si miramos a través de una lente de igual curvatura, vemos las cosas del mismo tamaño, proporciones y aspecto que con nuestros propios ojos. Pero si la lente es de treinta y cinco milímetros, vemos a través de ella más pequeño y abombado todo cuanto miramos. Y yo me pregunto: Si el ojo humano tuviese una curvatura de veinticinco milímetros, lo que se llama ojo de pez, ¿tedría el mundo que conocemos el mismo aspecto?

miércoles, octubre 17, 2007

Por si me muero


Dios, sabiéndose el sumo hacedor de todas las cosas, y por tanto dueño y señor del tiempo, siente a veces la necesidad de ejercer ese despotismo característico de los que poseen un monopolio incontestable, y hace que un Mercedes se nos cruce por delante en la autopista, porque se pasaba la salida, y a saber dónde habría podido si no dar la vuelta, o que los oxidados bracitos de la arandela que sostiene ese tiesto de veinte kilos en la frágil baranda de un balcón cedan por fin, justo cuando pasamos, nosotros y nuestra cabeza, por debajo. Es por eso que os escribo a los que os amo estas líneas, para que no os quedeis demasiado desorientados si algo me sucede de repente.
Todos mis créditos gozan de un seguro que los pagará automáticamente, previo aviso a la compañía aseguradora, eso sí, antes de que pasen veinticuatro horas desde el siniestro, que las companías aseguradoras son muy miradas para estas cosas de los plazos, y es que uno no se hace rico así porque sí.
No os preocupeis tampoco porque vaya a faltaros mi amparo; sin duda tendreis a quién acudir para que os cuide y os proteja, que quien es digno de ser amado, como vosotros lo sois, invariablemente tiene siempre quien le ame.
Y si se os hace difícil no poder perder vuestra mirada en el fondo de la mía, y que no podamos ya sentir esa sensación de ahogo al no saber qué decir, porque no hace falta, porque los ojos y las manos y los labios lo dicen todo, tened presente que cuanto os di, con vosotros queda, y cuanto me disteis, conmigo me lo llevo.

martes, octubre 09, 2007

L


Un personaje especial. Un pequeño tributo desde aquí. Y un saludo a todos los otaku del mundo, que pronto nos veremos, como cada año, en el salón del Manga de Barcelona :)

Hablar por hablar


A veces, sin querer, nos sale una frase de esas que, nada más acabar de decirla, nos quedamos callados y soltamos un "Ooooh..." interior. Tan fascinados nos sentimos con nuestra propia genialidad. Otras veces nos damos cuenta, antes de acabar la frase, de la estupidez que estamos diciendo. Y entonces, sin saber qué hacer o cómo arreglarlo, seguimos hablando, con la esperanza de que nuestras propias palabras nos saquen del atolladero, así, motu proprio. La mayor parte de las veces nos limitamos a enlazar sonidos, sin prestar ninguna atención a lo que sale de aquello. Ausentes de nosotros mismos, ignorando que tenemos dos orejas y tan solo una boca, con lo que la madre Naturaleza trata de recordarnos constantemente que es mucho más importante escuchar que hablar, vamos encadenando vocablos, sin pararnos a pensar si matamos o espantamos. Y, a pesar de ello, continuamos sintiéndonos orgullosos de nuestra inventiva cuando consideramos haber dicho una genialidad , que por lo general se le pasa totalmente por alto a nuestro interlocutor, de quien esperamos una mirada de mudo asombro, o un asentimiento de cabeza. Ingrato, pensamos, y seguimos nuestro camino convencidos de lo listos, lo guapos y lo brillantes que somos.

lunes, octubre 08, 2007

Dentro del laberinto


Mires donde mires, una pared verde. Gira a la derecha, a la izquierda. Pasillos, paneles de seto, microscópicas hojas olorosas. Si las coges y las aprietas, después tus manos conservan ese olor a pino. Sigue, sigue. Camina. Si no paras, continuarás recorriendo pasillos, ahora más estrechos, ahora más anchos. Siempre las mismas paredes te barrarán el paso, siempre encontrarás un paso alternativo, a la derecha, a la izquierda. Siempre verde, siempre hojas, siempre nuevos caminos a ambos lados. El dédalo te traga. Te abduce, y nunca más puedes volver a salir de él. Sólo recuerda: si miras hacia arriba, el cielo sigue ahí. Salta.