Es difícil evitar la desazón, como mínimo, que produce ver una mujer con burka. Uno siente miedo. Miedo ante lo que no comprende, ante lo que le es tan ajeno. También se siente confuso, y sin duda, en la mayor parte de casos, siente uno compasión. Pobrecita. La obligan. Es imposible que vaya feliz de ese modo. Posiblemente. Lo más probable es que se sienta un bicho raro, que mire a las otras mujeres con envidia, no de la sana, que no existe, sino de la mezquina, la verdadera, la que da el verse observada por diferente, y la rabia de saberse compadecida. Toda una cultura ancestral, machista, conservacionista, mal entendida y mal interpretada, sostienen ese burka extendido sobre la vejada, la humillada mujer obligada a no lucirse en público, y no sabe uno si desea que la tierra se la trague, si se siente orgullosa por lo diferente, o si ni siquiera piensa ya en nada.
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