miércoles, octubre 24, 2012

El hombre de Berlín





      Y después de ver las suelas de sus zapatos mojadas, decidió seguir andando. Ponerse de puntillas para no estropear los calcetines era de cobardes, y echar a correr, de temerarios. Lo mejor era, con mucha diferencia, hacer como que no pasaba nada, pensó, o al menos que fuera eso lo que otros percibiesen. Él podía seguir así indefinidamente, caminando con aparente dignidad, con el agua a la altura de los tobillos, sin mudar el gesto. Mientras, su cerebro continuaría buscando posibilidades, soluciones, nuevos amaneceres y, sobre todo, se concentraría en el momento de llegar a casa. No sería ahora, ni luego, ni mañana. Pero terminaría por llegar a casa, eso era seguro. Y entonces podría secarse los zapatos, quitarse los calcetines, ponerse ropa seca y sonreir, mientras las noticias hablaban y los vecinos continuaban discutiendo.

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