miércoles, diciembre 17, 2008

Domingo


Cae como el plomo sobre las azoteas al comienzo de la tarde, dejando una nube invisible de asco, de aire caliente que se evapora desde las tejas, desde el asfalto, siempre hacia arriba, pero sin llegar. Justo a la altura de la nariz, se nota su presencia en forma de brisa irrespirable. A medio camino llega el canto de una chicharra, pero no lo es, es sólo algo que lo parece, que lo imita, pero algo muerto, que acompaña con su sonido la quietud exasperante, la parálisis que parece haber sufrido el cosmos. Ni un alma, ni un espíritu. Ninguna sonrisa (¿quieres más café?), ninguna voz, salvo el comentarista deportivo que retransmite un partido de fútbol por televisión. No hay niños, ni perros, ni mujeres. Sólo hombres demasiado solos, miradas femeninas clavadas en el techo, medias sonrisas infantiles que no dicen nada, ni siquiera que no tienen nada que decir. Despierta.

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