viernes, enero 25, 2008

El idiota


No tenía ojos, ni labios. Sólo orejas, y apenas se veían. No había en su cara nada que hiciese pensar en sentidos, ni en sentimientos. Era un hombre igual. Como todos los demás. La misma raya a un lado de la estrecha cabeza, con la misma ropa cortada por el mismo sastre, con los mismos hijos en el mismo colegio. Se las había arreglado para que cinco años de carrera y cuatro de estudios superiores no dejasen mácula alguna en su perfecta cobertura de estulticia. Era como si fuese capaz de recibir y retener ciertas informaciones sin que estas conectasen entre sí, y sin que su cerebro se viese afectado por ello. Su mujer también era igual. Delgada, con cara de asco ante cualquier cosa, animal o ser humano, también con la misma ropa, las mismas botas de tacón alto, el mismo peinado cortado igual, con el mismo tinte. La misma suficiéncia. La misma auséncia de sentimiento, de inquietudes. El miedo a la muerte, a la sangre, a todo lo que olía a natural, a real. El mismo desprecio por los pocos diferentes, por los libres. Horas blancas, fabricando seres iguales a ella, a él, a todos. Eso era seguro. Siempre había sido así. La inercia le hacía sentir que controlaba la situación. Todo está bien mientras lo haya estado durante generaciones. Si no palpita, no puede doler. Y un día, y otro. Y otro.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es verdad, hay así de gente imbécil, subnormal,retrasada, con el mismo C.I que un pavo real, con el cerebro del tamaño de una bellota. La gente, en general, toda imbécil. No se preocupan por el medio ambiente, ni por la capa de ozono, ni por el mundo en el que viven, ni por los animales. Para no ser como ellos hay que tener dos dedos de frente.
Ya sabeis, proteged a los animales, al medio ambiente y ser listos.

Anónimo dijo...

Jo, titi, tú y tu rollo ecológico.