
Mi compadre Lorenzo me envió días atrás una misiva corta y seca, como todo lo que él enviaba, pidiéndome que me acercase a su casa, que tenía un asunto sin importáncia que quería comentar conmigo. Cuando mi compadre hablaba de asuntos sin importáncia, se refería siempre a preocupaciones filosóficas sobre la vida y la muerte; cosas, en definitiva, que no tenían nada que ver con lo material de este mundo. Yo tenía que ir a solucionar algunos papeleos cerca de su finca en los próximos días. Por eso, y porque son más las cosas que nos unen que las que nos separan, me acerqué, después de arreglar aquellos asuntos míos, al pequeño porche de delante de su casa, donde, sabía, le hallaría sentado en el banco de la puerta, contemplando el bosque de enfrente. Me acerqué en silencio, y me senté a su lado. Sólo entonces, cuando supo que estaba ahí, mirando también el bosque, me dijo: "La nada ha invadido mi alma, viejo". Le miré sin atreverme a decir algo que le pudiera hacer sentir mal, pero no se me ocurría nada coherente. Así que esperé. "Pero no la nada, como quien dice, el vacío, no. La Nada de Nada". "¿Algo así como un agujero?", pregunté, sin atreverme a mirarle esta vez. "No, viejo. Un agujero es algo. Yo te digo que es la Nada. No sé explicarte; una Nada que, cuando la miras, es como si te hubieras quedado ciego". "Caramba, compadre. Y, ¿sabes a qué se debe esa necrosis espiritual?"- Ahora fue él quien me miró un instante, antes de volver de nuevo la vista al bosque. Unos segundos de silencio, y otra vez su voz cansada- "Es la vida, viejo. Se va. Y la amo, sabes. Pero se va. Y no hago nada por evitarlo, me abandono a su lento adiós. Como un torero, que ama al toro, pero lo mata, así hago yo con mi vida, que se va, y no hago por retenerla, y por eso se va más deprisa". "Compadre, el torero ama al toro, pero lo mata únicamente porque está dispuesto a dejarse matar por él. Así has hecho tú con tu vida; te la has bebido sin reservas, has amado, odiado, gozado y llorado, y te has sumerjido en ella, y ella al final acaba con nosotros, porque nosotros también la consumimos, y así es como tiene que ser". Mi compadre me miró serio. Después empezó a dibujar una sonrisa, que culminó en carcajada. "Viejo- me dijo-, dudo que nadie más tuviera conmigo la paciéncia que tú tienes. Anda, vamos a beber unos vasos de buen vino tinto, que la merlota de este año ha salido de primera". Y, sin más, entramos en la casa para brindar por estar todavía vivos.