martes, septiembre 18, 2007

Los largos sollozos de los violines de otoño hieren mi corazón con monótona languidez


A mí, el Grillo Loco de un parque de atracciones no me parecía el lugar más idóneo para citarme con un espía con objeto de compartir información. Pero las órdenes habían sido claras: "Ponte a su disposición", había dicho el baranda. "Nos interesa mucho esa información". Y ahí estaba yo, heroe de la resistencia francesa, sentado en el coche número catorce de aquella locura de atracción de feria. Dos viajes llevaba, con el consiguiente efecto en mi estómago, cuando se acercó al coche un tipo con gabardina y sombrero, se me quedó mirando con los ojos entornados, asintió con la cabeza, y se subió a mi lado. Así, disimulando. Cuando sonó la sirena y el aparato infernal se puso en marcha, sosteniéndose el sombrero y sin mirarme a la cara, me alargó un papel que yo guardé en mi bolsillo. Esperé a que me dijese algo, un mensaje en clave, una señal; nada. Con la mano en su sombrero y la otra agarrando la barra de seguridad, subía y bajaba conmigo en aquella vorágine de ruido y movimiento enloquecido. Entonces vi con espanto que, muy despacio, comenzaba a alzar las manos. ¿Nos habrían descubierto? ¿Estaría un agente enemigo apuntándonos desde otro coche? Mi compañero espía continuaba alzando los brazos despacio. Y, cuando los tuvo arriba del todo, se le pintó una sonrisa en la cara, mientras los otros brazos, los del Grillo Loco, cobraban mayor brío. Vi entonces que todos los usuarios del aparato estaban, al igual que mi compañero de coche, con los brazos alzados. En ese momento fui completamente consciente de lo absurdo de toda aquella situación. Como pude, saqué el papel de mi bolsillo, y sólo pude leer: "Cretino el que lo lea".

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