domingo, octubre 07, 2012

Tempo

       La Tierra mide doce mil setecientos cincuenta y seis kilómetros de diámetro, y tarda veinticuatro horas en dar una vuelta sobre sí misma. Es decir, que nuestros días son una cuestión de dimensión. Todo se basa en la rotación y traslación de la Tierra, lo que tarda en rotar sobre sí misma y alrededor del Sol. De ahí las estaciones y la duración de nuestros años. 
       Los fenómenos atmosféricos consisten en el movimiento de las corrientes en las diferentes capas gaseosas que cubren la Tierra. 
       Y, a partir de ahí, nosotros filosofamos. Se nos ocurren mil chorradas sobre lo imperecedero de las cosas y las sensaciones, sobre la implacabilidad del tiempo, que pasa sin esperar por nadie; sonreimos con suficiencia porque ya lo hemos entendido, porque ya sabemos que siempre ha sido así, porque a nosotros nadie nos pilla ya de nuevas, con toda la experiencia que tenemos (qué listos somos). Inventamos ecuaciones imposibles, decimos muy seguros que hemos dominado la naturaleza. Esa naturaleza que, de vez en cuando, pone un volcán en erupción y envía cuatro ciudades a hacer puñetas, con todos sus centros de investigación y sus universidades de filosofía, y sus institutos geológicos para la detección de volcanes. Y sigue girando la Tierra, implacable, porque no lo es, porque es un planeta que está ahí y gira por inercia,  porque todo lo nuestro le es tan ajeno como a nosotros lo suyo.

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