viernes, marzo 25, 2005

Sublimación

Mucho tiempo pasé observándole desde mi ventana. Sentada, asomada, veía su contorno incierto al principio, desdibujado, prometiendo formas definidas y seguras. Su silueta, cada vez más clara, dio paso a sus rasgos, a sus facciones, a su mirada. Y así nos mirábamos, hora tras hora, ventana con ventana.
Y los días empezaron a desgranarse como las cuentas de un rosario, y la mirada llevó al deseo, y el deseo al cariño. Y seguía pasando el tiempo despacio, imposible de retener, como un puñado de arena que, cuanto más cerramos la mano, más se va escurriendo entre nuestros dedos, hasta dejarnos con el hueco vacío, como si todavía estuviera allí.
Y llegó el día en que se decidió a traspasar el lindero que separaba nuestras vidas. Ese día amaneció radiante, con el sol enseñoreándose del cielo, de un azul turquesa que cegaba; todos los seres vivos parecían hermosos bajo aquella luz, como hermoso estaba él, parado en el umbral de mi puerta. Se alzó su mano, con la palma hacia mí y los dedos separados. Y la mía se alzó también, y se acercó a la suya despacio, y noté su contacto cálido, mientras mis dedos se empequeñecían al rozar los suyos. Nos quedamos así, mirándonos a los ojos, las manos tocándose apenas. Sus labios entreabiertos atrajeron entonces mi mirada, y los míos se acercaron despacio. Y cuando nuestros labios se acariciaron, una descarga recorrió mi espina dorsal. Di en ese momento gracias a mi dios por haberme permitido vivir hasta ese día, porque son muy pocas las veces en que la vida se desnuda para nosotros, y se nos insinua, y nos pide que la tomemos hasta derrengarla. Contadas las ocasiones en que nos sentimos tan vivos, tan completos, tan inmensamente dichosos. Y es por esos momentos por los que vale la pena pasar por todo lo demás, por ellos por lo que se dan por buenos todos los sinsabores y los malos tragos, porque uno solo de esos instantes, que a lo largo de la vida se repiten apenas un par de veces, nos clava en el cielo y nos hace comprender el sentido de nuestra existencia.
Y fui suya, y fue mío, y nada ni nadie hubiese podido impedirlo, porque yo había vivido para ver, junto a su cuerpo cansado, el amanecer del día siguiente.

2 comentarios:

Sin embargo dijo...

Ahora la pobre ventana dejará de mirar cada mañana afuera, para volverse a los cotidianos visillos, que le taparán con celo la causa de los suyos propios.

Light Sleeper dijo...

reminiscencias de ese viejo libro que encuentras y que atrapa tu mirada sin saber muy bien por qué; la ansiedad al abrirlo y recorrer las páginas como presintiendo que en algún lugar está escrita la frase que siempre has deseado leer, y el alma se asoma a los ojos cuando reconoce a otra alma tras las palabras...