Es difícil evitar la desazón, como mínimo, que produce ver una mujer con burka. Uno siente miedo. Miedo ante lo que no comprende, ante lo que le es tan ajeno. También se siente confuso, y sin duda, en la mayor parte de casos, siente uno compasión. Pobrecita. La obligan. Es imposible que vaya feliz de ese modo. Posiblemente. Lo más probable es que se sienta un bicho raro, que mire a las otras mujeres con envidia, no de la sana, que no existe, sino de la mezquina, la verdadera, la que da el verse observada por diferente, y la rabia de saberse compadecida. Toda una cultura ancestral, machista, conservacionista, mal entendida y mal interpretada, sostienen ese burka extendido sobre la vejada, la humillada mujer obligada a no lucirse en público, y no sabe uno si desea que la tierra se la trague, si se siente orgullosa por lo diferente, o si ni siquiera piensa ya en nada.
martes, mayo 18, 2010
Mi vida en un burka

jueves, mayo 13, 2010
Asfalto

Sin notar apenas los baches de la carretera gracias a los maravillosos neumáticos (tecnología punta) del autobús, puedo mirar los campos, las montañas al fondo, los pueblos. Puentes sobre mi cabeza y obras para hacer mayores los arcenes. Junto a uno de ellos, tres grandes bloques de cemento pintados de amarillo, delimitando el espacio donde trabajan, o trabajaron, los obreros de lo público. En el primer bloque, pintado con un spray blanco, "Te quiero". En el segundo, a pocos metros, "Te echo de menos". En el tercero, "Siempre tuyo". Y me da por pensar en el adolescente, sentado sobre el asfalto con sus vaqueros rotos, mostrando la ropa interior, pensando que así mola más, tratando de impresionar con su poesía urbana a la ingrata que se fue. Pienso en su corazón roto, en su almohada empapada por el llanto, en su mirada perdida tras el cristal sucio del aula del instituto. Y pienso si todavía la llorará en silencio, si le estará sangrando aún el corazón que no conoce el consuelo, o si habrán pasado ya suficientes meses como para que su melancolía haya remitido algo o del todo, de un plumazo, como suelen suceder estas cosas, y sea ya otra la que escuche en su oído que él es siempre suyo, con ese "siempre" tan caduco de lo que es fresco.
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