
Hoy quiero hacerte un regalo. Algo cálido, suave y blando, que puedas tocar con las puntas de tus dedos fríos. Algo que te recuerde que, cerrando los ojos, todavía se pueden ver más cosas que con los ojos abiertos. Que te haga pensar en árboles frondosos (respira, nota su olor), en cielos azules que dañan la vista con su fulgor, en el viento fuerte en la cara, que despeina y no deja hablar, porque devuelve las palabras de nuevo. Algo que te recuerde que, a pesar de todo el decorado, de los tonos grises, de las luces de colores que se funden, de las bolas del árbol que se rompen, de las sonrisas pintadas, de las miradas vacías, todavía quedan sabores genuinos, corazones llenos, manos que se alargan. Y que basta con tomar aire para sentir cómo se hinchan los pulmones, cómo llega el oxígeno hasta los tobillos. Y basta con abrir los ojos para que la luz los ciegue y los llene de colores y de formas. Y basta con sonreir para que cualquier alma sola y perdida devuelva la sonrisa con generoso agradecimiento. Toma mi regalo, y ponlo allí donde siempre puedas verlo. Así, aunque no quieras, siempre recordarás que no todo es mentira.