Subió su bufanda hasta taparse con ella la nariz. La noche era, pensó, la más gélida de aquel invierno. Sus pasos no emitían ruído alguno mientras horadaban la espesa capa de nieve que cubría las calles. Siempre le había llamado la atención la ausencia de sonido de la nieve al caer. A diferencia del monótono repiqueteo de la lluvia, la nieve estaba rodeada de un halo de triste silencio. Miró sobre su hombro; nadie caminaba tras él. Apretó el paso. Deseaba llegar cuanto antes a la calidez y seguridad de la casa. "Secreto..." Giró por la callejuela. Nadie, ni un alma. Un gato trasnochador le miró con sus enigmáticos ojos. "Sé lo que escondes..." Salió al camino empedrado. A lo lejos, su mirada vislumbró el muro del cementerio. Un ángel de piedra extendía sus alas por encima de la tapia. "Dame tu secreto..." Sus pasos se aligeraron más. La reja estaba cerrada, como siempre. A través de ella, pudo ver algunas cruces, y la familiar imagen de la lápida de mármol negro. "Dame tu secreto, dame tu tesoro..." Detuvo en ella su mirada anhelante. No, sin duda el ansia le jugaba una mala pasada. Una nebulosa sobre la lápida, una forma... Corrió más aprisa, fijando la vista en el camino. "Devuelve la prenda que por mi alma imploro..." La voz le seguía desde el interior de aquella tumba, subiendo más y más el tono. Los latidos de su corazón eran, sin duda, audibles desde el exterior. "Devuelve la prenda..." Miró de nuevo sobre su hombro y la vio alli, mirándole desde su espectral apariencia con mirada acusadora. "La prenda que por mi alma imploro..." Un grito, un ruido sordo. Y ya nada, ya nadie.
2 comentarios:
Qué manía tienen los muertos de hacerse los interesantes.
Sí, a veces lo son más que algunos vivos.
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